Dormir en las posadas de antaño era un auténtico peligro para los viajeros. Muchos anfitriones estaban compinchados con los bandidos de caminos, para que por la noche entraran en la habitación del huésped, robaran sus cosas y lo asesinaran. Indudablemente los viajeros solitarios preferían dormir a la intemperie, al cobijo de una roca o unos matorrales.
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