100 años antes del nacimiento de Cristo, gobernaba en China el emperador Wu Ti, de la dinastía Han. Para su infortunio, tuvo apuros de dinero y se vio en la necesidad de buscar un ingenioso artificio para exprimir la riqueza que le sobraba a sus nobles.
Fue su astuto primer ministro quien ideó el ingenioso plan que salvó las finanzas imperiales. El primer paso fue que el emperador confiscara todos los ciervos blancos del imperio y los encerrara en el parque real. Luego, decretó que todo príncipe y cortesano deseoso de aparecer ante su imperial presencia debía, como requisito indispensable de protocolo, vestir un traje de piel de ciervo blanco. Por supuesto, la piel sólo podrían comprarla al propio emperador, a un precio exorbitante.
Para salir del empobrecimiento por el nuevo decreto imperial, un noble que había comprado una de las costosas pieles ofreció transferirla a uno de sus iguales, a cambio de bienes o servicios. De esta manera, la costosa piel se fue convirtiendo en moneda, uno de los ejemplos mundiales de dinero curtido.
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