Ojo por ojo, diente por diente, mano por mano,… Era el concepto del Antiguo Testamento, un castigo proporcional al mal causado, tanto en la ley hebraica transmitida a Moisés como en el código de Hammurabi, rey de Babilonia desde 1792 hasta 1750 A.C. Los babilonios tenían toda una gama de castigos que, aunque hoy parezcan inexorables, servían para limitar la venganza personal.
Cortaban los dedos al hijo que golpeaba a su padre y sacaban los ojos al culpable de causar la ceguera a su victima. Los pueblos de la antigüedad no creían en el castigo impuesto por el hombre.
Sin embargo existió una excepción. Por el 2050 A.C., 300 y a lo mejor 750 años antes de Hammurabi y Moisés, respectivamente, el rey sumerio Ur-Nammu promulgó leyes con preceptos con los delitos y castigos.
Estas leyes imponían una escala de las indemnizaciones que debían pagar a sus victimas los causantes de delitos violentos. De esta manera, el que cortara un pie a alguien tendría que pagarle 10 siglos de plata, la multa se convertia de un siglo por romper un hueso, dos tercios de mina de plata por mutilar la nariz,… El código de Ur-Nammu es el primer ejemplo conocido de una multa en especias impuesta en vez de un castigo físico.
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