El código Hammurabi se derivó de jurisprudencia inscrita en 1750 A.C. sobre una placa de basalto de 2,25 metros de alto que se encuentra en el museo del Louvre en Paris. Es uno de los primeros conjuntos de leyes que se han encontrado y uno de los ejemplos mejor conservados de este tipo de documento de la antigua Mesopotamia y en breves términos se refiere a la conocida frase «ojo por ojo, diente por diente». Escrito en caracteres cuneiformes, símbolos en forma de cuña generalmente hechos sobre arcilla blanda, trataba de múltiples asuntos, desde el robo a las herencias, desde los tratamientos médicos a la adopción. Estas leyes, al igual que sucede con casi todos los códigos en la Antigüedad, son consideradas de origen divino.
Las leyes del código Hammurabi no admiten excusas ni explicaciones en caso de errores o faltas; el Código se ponía a la vista de todos, de modo que nadie pudiera alegar ignorancia de la ley como pretexto. Es preciso recordar, que excepto los escribas y algunos privilegiados casi nadie sabía leer y escribir en aquella época.
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